viernes, 16 de abril de 2010

La distancia nos hace soñar.

Hoy he soñado con él. Era extraño. Se estaba quedando en mi casa a dormir, pasando unos días.

Aunque hubo tiempo y ocasión, nada llegó a pasar entre nosotros. Y, el último día, cuando ya estaba por irse, mi madre –sigue insistiendo, rozados los 18, con lo de la ‘buena educación’- vino a mi cuarto a casi amenazarme para que fuera a despedirme. No. No quería quedarme con mal sabor de boca. Sin insistir, se fue.

Pasados unos minutos, me dirijo hacia el aseo y me sorprende –todavía no sé si positiva o negativamente- corriendo hacia mí.

En las escaleras del pasillo nos abrazamos de forma mutua, sintiéndolo. Era como estar flotando en el aire y estar en pleno huracán, a la vez. Sin soltarnos (vamos, ni pensarlo) entramos en mi cuarto. Sin decir nada… seguimos abrazados. Su olor, su tacto.

Me susurraba algo al oído, frágil, como tranquilizándome. Con un hilo de voz le pido que no se vaya. Apoyo mi cabeza en su hombro, colocando mis labios al roce de su cuello. Me aprieta, acercando (más todavía) mi cuerpo al suyo. Con cautela, como si me fuera a romper, me besa en el cuello, justo debajo de la oreja. Con el ligero movimiento de mi cara acaricio su cuello, y poco a poco, vamos encerrándonos.

Despacio, muy despacio, separo mi cara de su olor, de su tacto. Con la mirada me pide que le bese. Con miedo, con ternura, voy acercando mis labios a los suyos.

De repente, sin que nadie lo hubiera programado con antelación, suena una lenta melodía. Me resisto y le sonrío, pero finalmente me vence, era el despertador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario